miércoles, 23 de noviembre de 2011

LA CRUZADA MITOLÓGICA DE LA PRENSA DEPORTIVA ESPAÑOLA

¿Existen la verdad futbolística, la táctica perfecta, el equipo insuperable o el entrenador magistral?

No nos dejemos engañar; el balón lleva más de un siglo dando vueltas en el fútbol profesional. Ya ha pasado de todo muchas veces; estamos instalados en lo que Nietzsche llamaba el eterno retorno: nihil novum sub solem. Al final resulta que los que vienen gritando que han descubierto el Mediterráneo van a contárselo precisamente a los que lo vieron los primeros; aquellos que de hecho lo tuvieron que llenar de agua para que existiera. Definitivamente, de lo sublime a lo ridículo no hay más que una metedura de pata.

Hace unos tres años, no más (repasen el palmarés de la liga y los de los campeonatos de selecciones nacionales), que hay una especie de cruzada digna de Fanatistán para enseñarnos a los “herejes” de qué va todo esto del baloncito. Esos predicadores de la revelación balompédica, esos “apóstoles” iluminados y sedientos de convertir paganos a la verdadera fé “furborera”, nos fustigan con su intolerancia cuasi religiosa (y con sus silbos) y proclaman que sólo hay un dios futbolístico legítimo y que la prensa deportiva es su profeta. Eso sí, la Santísima Dualidad tiene dos equipos distintos, pero, misteriosamente, son, en el fondo, un solo fútbol verdadero. Por eso, tan pronto hablan de cierto “más que un club, una Farsa” como de la superextramegahiperselección que ganó su mundial o su europeo ¡por 1-0! Pero, ¡qué manera de tocar el balón!, oiga. Máxima posesión la del portero, claro.

No obstante, resulta biológica y racionalmente muy complicado enseñarle a tu padre a hacer hijos; ahí está la historia para el que tenga interés en informarse de que el mundo no ha empezado hace tres ratos sino que quiera aprender de la experiencia en vez de limitarse a blandir la así llamada información como si fuera un arma de combate para continuar los enfrentamientos “deportivos” fuera del terreno de juego “por otros medios”, como diría Clausewitz.

En aras de la paz mundial y para facilitar la labor de los historiadores, los informadores, los reveladores y los vendedores de helados de todos los sabores, diré que hace tiempo que algunos, más por edad que por talento, sabemos que el fútbol se gana por goles, no por crónicas, méritos, tiempo de posesión, número de pases seguidos, justicia universal, etc. No es un saber tan meritorio el nuestro; sencillamente, ya hemos visto un número suficiente de veces cómo dan vueltas el planeta y el balón para darnos por enterados de en qué consisten la vida y el juego.

Los que conocemos este esotérico arcano, en nuestra bondad, estamos dispuestos a compartirlo con vosotros, los ignaros proselitistas, y comunicaros la triste verdad: todo tiene su precio que siempre hay que pagar para obtener lo que se quiere. Hay que saber distinguir los fines de los medios: el toque es el medio, pero el fin no puede ser otro que marcar (mientras no cambien el Reglamento); sin gol no se paga la entrada al paraíso del campeonato.

Los que no podáis asumir esta realidad, seguiréis confundiendo la velocidad con el tocino y, en cuanto la pelotita no quiera entrar frecuentemente (y habría que ver por qué lo ha hecho hasta ahora con mucho más detalle del que contáis en vuestras “sagas”) os veréis como el Sr. marqués de El Bosque Sudafricano, sin que los árboles os dejen ver el ídem; intentando explicar lo que ni siquiera comprende.

¡Con lo fácil que es recordar que un campeonato se puede ganar con o sin mérito, como Grecia hizo no hace ni diez años! Claro que eso vale una vez; después hay que aportar algo más, porque todos te están esperando con ganas. Eso es justamente lo que le pasa ahora a La Floja.

El Sr. marqués se ha limitado a hacer pasar por mérito propio lo que otro ya le dejó encarrilado; pero es incapaz de improvisar o innovar (él prefiere no hacer nada para no correr el riesgo de equivocarse); por eso, no puede consolidar el modelo ni prolongar su vigencia; así que seguirá justificándose mientras llega su inevitable cese como colofón del declive de los resultados del equipo.

En cuanto al Farsa, si montar un sistema para un “superequipo” consiste en que se juegue sólo para un jugador, que siempre hace la misma jugada (y todos sabemos por qué logra hacerla); expulsando de la plantilla a otros elementos válidos según opinión generalizada, pero, al parecer, incompatibles con el perspicaz “cerebro” farsigrana; entonces no parece que estemos ante un destacable enriquecimiento táctico de este deporte, ni es para que presuman de ello tanto (eso sí: “humildemente”, con la “mano delante de la boca”) ni el entrenador ni el club (sobre todo porque, al ser “más que un club”, parece tener más tendencia a ocuparse de la “lliga” que de la liga). En definitiva, esto es apostarlo todo a un caballo; siempre al mismo, y ver cuánto dura la racha. Es cuestión de tiempo que no pueda tirar él solo del carro y éste se pare; porque el resto de la cuadra la componen más jamelgos que purasangres.

Se va acercando el momento de despertar abruptamente del mito con el que se ha embaucado a tantos aficionados; de que los ojos se tengan que abrir a los hechos por doloroso que resulte. Porque lo que sí que es inapelable, en la vida o en el deporte, es el resultado; con él, todos somos buenos, aunque ganemos por casualidad o por ayudas inconfesadas; sin él…Quizá ya no falte tanto para ver lo consistentes que son las dos partes del montaje de la Santísima Dualidad cuando la pelota diga no.

Resulta bastante patético ver a estos dos nuevos ricos del fútbol presumiendo de categoría ante los que ya no pueden recordar todas las finales de campeonatos que han ganado repetidamente. Lo importante no es pasar por la cumbre del fútbol sino quedarse a vivir en ese barrio, junto a las casas, ya antiguas, de Alemania, Argentina, Brasil o Italia; es decir, al pie mismo de la colina sobre la que se yergue la Casa Blanca.

Antonimus Albus.



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