martes, 15 de noviembre de 2011

HAY VARIAS CLASES DE EQUIPOS DE FÚTBOL

Hay varias clases de equipos de fútbol. Están los equipos de “antifútbol”; que curiosamente disputan los campeonatos de un deporte que niegan. Son los que no quieren que se juegue ni lo más mínimo a lo que pone en las entradas que se venden a los espectadores, a los que ofrecen una nada capaz de terminar arruinando el balompié. Ponen el autobús en su área y esperan que el árbitro, la virgen de su pueblo o el mal día del adversario les salve del desastre. Cosen a patadas impunemente y se quejan de que “con los grandes no se puede competir”. Lo cierto es que ni lo intentan.

Luego está el equipo “favorito del poder”. No todos pueden desempeñar tan “honroso” (que no honrado) papel. Hay que tener cierta “trascendencia” detrás para que los poderosos se fijen en él; pero, una vez conseguida tan feliz “pareja de hecho”, los títulos y los titulares les vienen solos; por mera aplicación de la ley de la gravedad (para otros, la gravedad consiste en afrontar graves consecuencias por atreverse a meterse con ellos; a cuestionarles sus pretendidos éxitos; a querer tener también un lugar bajo el sol ganado por méritos propios). La historia oficial se escribe a su favor. ¡Ay de quien se atreva a competir con el “elegido”! Pero el favorito no es un equipo de fútbol sino “algo más” (lo proclama él mismo). En realidad, es un instrumento de grupos de presión políticos o económicos. Su “juego” tampoco es de este mundo deportivo.

Por último está el equipo “maldito”, el “male dictus”latino: el mal-dicho. Pero no confundamos que se hable mal de alguien con que haya un motivo para hacerlo que no sea la envidia o el complejo de inferioridad.

Este último tipo de equipo de fútbol parece condenado a pedir perdón; pero no por haber llevado a cabo algo execrable para quien le castiga, como le sucedió a Prometeo, sino por existir (aunque, hay que reconocer que nuestra existencia se caracteriza precisamente por haber traído grandeza al mundo de los mediocres y eso, para éstos, ya es imperdonable).

Esta clase de equipo ha cometido la demasía de llegar hasta la cumbre; de hecho, de construir en ella una torre para subirse aún más alto hasta donde antes nadie había imaginado siquiera. Y lo ha hecho sin servir vicariamente otros intereses ajenos al fútbol. Nadie ha vuelto a hacer nada parecido pero él no es el mejor, dicen muchos. No lo era ni cuando y mientras lo era.

Pues bien, este es el Madrid, el equipo de Franco, dicen algunos (pero no un equipo franquista colaboracionista, como sí fueron otros que lo critrican). O sea, es el equipo del que se sirvió Franco cuando el Madrid era bastante más importante en el extranjero que el ministerio de asuntos exteriores franquista o que todo su régimen junto.

Es el equipo de Don Santiago Bernabéu y Don Alfredo Di Stéfano, los Fundadores de El Club, el modelo de equipo de fútbol moderno que todos se esfuerzan en emular incluso cuando lo atacan. Estos dos Titanes pusieron su voluntad de poder al servicio de un equipo hasta entonces secundario y lo convirtieron en “el mejor del siglo XX”. Y no nos vamos a conformar con eso: seguimos compitiendo.

Por supuesto, cada día comprobamos que no nos perdonarán nunca haber puesto a tanto don nadie en evidencia. Somos como Colón: nos inventamos una nueva dimensión de la realidad futbolística y tanto atrevimiento se tiene que castigar.

Con gusto nos mandarían a hacer compañía a Lucifer. El problema es que Lucifer son ellos y que ya les estamos haciendo compañía. Para su desgracia, mucha más de la que pueden digerir. Ese es su infierno; el nuestro es soportarlos. Lo hacemos al saber que, por una especie de equilibrio cósmico, a tanta grandeza tiene que corresponderle toda esa envidia misérrima.

Antonimus.

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