miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL VIEJO JUEGO DEL ROLLERBALL

Después de más de 30 años he vuelto a ver “Rollerball”, una antigua película (1975) de Norman Jewison. Trata de un futuro en el que las corporaciones dominan el mundo y han establecido como “soma” de las masas un “deporte” hiperviolento llamado rolleball, que más bien parece un combate de gladiadores con patines y motos.

El problema es que el juego sirve, además de cómo distración social, como pedagogía del tipo de ciudadano que se espera en esa comunidad tan peculiar. En él, se prima la labor de equipo y el individuo no cuenta (los jugadores fallecen en pocas temporadas debido a que en esta competición vale todo, incluso matar al adversario).

Pero hay una excepción: el capitán de un equipo que lleva ya muchas temporadas triunfando y se ha convertido en una leyenda; de hecho, se dispone a ganar nuevamente el campeonato mientras las masas lo adoran.

Pero entonces lo aborda uno de los directivos que dominan en la sombra ese mundo empresarial e intenta persuadirlo para que abandone el juego.

La oferta no es mala; el futuro más previsible es que el jugador morirá en la cancha tarde o temprano; retirarse con una jubilación asegurada es tentador. Pero él no termina de entender por qué no se le deja seguir jugando (y ganando) y se niega a aceptar la orden.

Las corporaciones adoptan una doble estrategia: el palo (endurecen las reglas del juego, que se hace más y más peligroso en cada eliminatoria) y la zanahoria (le devuelven a su mujer, una especie de prostituta al servicio de las corporaciones, como él mismo y el resto de la gente, que le fue arrebatada cuando se encaprichó de ella un ejecutivo corporativo).

Parece inevitable que el jugador ceda; el directivo vuelve a exigirle su retirada y le deja muy claro que las corporaciones no pueden tolerar que él subvierta el espíritu del juego, que es que nadie destaque; su éxito personal es un cáncer que hay que extirpar a cualquier precio.

Por supuesto, el jugador persiste en su actitud y gana la final (la matanza, más bien) en que se ha convertido el Rollerball.

Hasta aquí la sinopsis de la película del Sr. Jewison. Pero entonces, a mí se me ha ocurrido un guión para otra película parecida:

Érase una vez un campeonato muy importante de fútbol en el que había un equipo que lo ganaba siempre. Los demás clubes estaban pensando ya en abandonar la competición y el organizador estaba muy preocupado también, porque se le iba a acabar el negocio como no hiciera algo.

Entonces decide reunirse con el presidente de ese club y le dice que ya no van a seguir aguantando que él gane siempre y lo amenaza para convencerlo de que él mismo pierda a propósito de vez en cuando y pueda así haber otros campeones.

El presidente calla mientras medita sobre la amenaza que se cierne sobre su equipo. Lo más fácil sería aceptar; porque, además, una vez que fuera un equipo “del sistema”, lo positivo sería que, de vez en cuando, le garantizaría también a él algún campeonato aunque no se lo mereciera. Adaptarse o morir, ¿no es cierto?

Pero, llamémoslo Jack, no es el hombre adecuado para claudicar tan provechosamente; él está hecho de otra pasta; tiene principios y, el muy iluso, cree que, de verdad, si sigue jugando y ganando, los demás terminarán aceptando la situación deportivamente. Así que declina la “oferta” y se arriesga a ver qué sucede.

Por supuesto, pierde, y pierde, y vuelve a perder un montón de veces. Llega la decadencia y su equipo ya ni alcanza la final. Hasta que, mucho después y sólo de vez en cuando, vuelve a ganar; pero ya no logra nunca encadenar dos triunfos seguidos.

Y se convierte en un equipo bueno, pero como otros campeones más. Ya no destaca. Ha triunfado la mediocridad; que es lo que se quería lograr. De hecho, hay un equipo rival que, decide ser “útil” al sistema y éste se lo va premiando con campeonatos que, con arbitrajes normales, nunca habría conquistado.

Por entonces, el viejo presidente del equipo antes exitoso lleva decenios muerto. Llega otro presidente ambicioso que sueña con recuperar el predominio aplastante en el campeonato; pero se encuentra con que, además de ganar en los campos, ahora tiene que hacerlo previamente en los despachos; porque si no actúa así, no le van a dejar imponerse jugando.

Bueno, aquí acabaría la primera parte. La segunda está todavía por escribirse.

¡Quién sabe! A lo mejor alguna vez aparece alguien interesado en rodar esta obra de deporte-ficción.

Antonimus

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