Ante todo hay que hacer un par de desmentidos: no es cierto que el Sr. Urtangarín se llame, en realidad, Hurtangarín; tampoco lo es que su título sea duque de Pasta Gansa, pues, como todos sabemos, se trata de su excelencia el duque de Palma.
Aclarados estos malentendidos, queremos lanzar desde Cibeles Madridista una lanza al Sr. duque y, a diferencia de tantos otros, defender su inocencia, de la que puede presumir con pleno derecho.
¿Se cree alguien con dos dedos de frente que la Casa Real iba a poner en manos de un especulador desalmado; de un braguetero ganatítulos; de un aprovechador de relaciones para hacer todo tipo de negocios inconfesables (e indeclarables a Hacienda) ni más ni menos que la mano de una Infanta de España (con la que se casó en 1997)?
¿Cómo va a delinquir alguien que ha sido formado por la escuela moral más reputada en nuestros días, o sea, por el Farsa? Si alguien lo ha olvidado, puede consultarlo aquí:
¿De verdad no merece el beneficio de la duda el honroso portador de la Gran Cruz de la Real Orden del Mérito Deportivo (concedida en 2001, tras retirarse en 2000 del balonmano, al que jugó durante catorce temporadas en el “más que un club, una escuela para la vida con valores”)? Por su parte, el Farsa lo consideró tan ejemplar que, como homenaje permanente, retiró el número de su camiseta de balonmano para que ningún otro de sus jugadores lo utilizara en el futuro. Por eso, es y será siempre indisoluble la relación entre el Farsa y el Srl Duque.
¡Qué bien ha actuado el Farsa, apoyando a su pupilo en estos momentos de prueba a la que están sometiendo al Sr. duque sus enemigos, que se han apresurado a acusarle, pero que no van a poder demostrar nada imputable a tan augusta persona:
Aprendamos la lección: antes de volver a acusar a alguien de algo, mostremos las pruebas que lo incriminan. Uno siente pena de un país donde la envidia logró hasta cambiarle el nombre a la antigua Hispania imponiéndole su inicial. Por algo será.
Antonimus.
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