jueves, 1 de marzo de 2012

DOLOR, MUCHO DOLOR. ¡Y QUÉ DURE!

¡Estimados (que no queridos) farsalanes y farsistas!

No os podéis hacer ni una ligerísima idea de lo que estamos disfrutando a vuestra costa en Madrid (ya sabéis: la Capital, donde vive vuestro puto amo blanco).

Ni me voy a molestar en recordaros vuestras promesas solemnes (sobre la tumba de Casanova, supongo) de que jamás hablaríais de los árbitros ni criticaríais sus errores; porque vuestros “valores” (¿bursátiles?) os lo impiden.

No ha hecho falta esperar mucho para que os quitéis el disfraz y demostréis vuestra auténtica ralea. Gracias por la indudable sinceridad de vuestros aullidos; nadie puede dudar de que nuestros éxitos os afectan muy profundamente.

Pero, lo cierto es que todo esto no nos interesa ni lo más mínimo (desde diez puntos más arriba cuesta percibir qué se masculla abajo, allá en vuestro paisito pequeñito); porque, lo que de verdad nos importa es detectar en vosotros toda esa gigantesca cantidad de dolor que estáis padeciendo. Eso, y seguir paladeándo vuestra angustia con delectación todo el tiempo posible.

En estos momentos, no deseamos ninguna otra cosa salvo que esta Liga se haga interminable, eterna (¡la Liga de la marmota portuguesa!) y que sigáis ahí, detrás de nuestro trasero, revolcándoos de sufrimiento mientras criticáis hasta que existimos.

De hecho, lo mejor de ganaros no es el título sino veros humillados y vencidos; acabados y jodidos.

¿Os puedo pedir un favor? ¡Que no se acabe esta diversión demasiado pronto! ¡No claudiquéis! Cuando ya no podáis más, meteros por el culo un supositorio gigante de Mourinhina y seguid soportándonos.

¿De quién nos íbamos a reir nosotros si os retiráis tan pronto? Así que ya sabéis: no os muráis nunca, pero estad siempre enfermos (de madriditis, claro).

Antonimus.


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