En este tiempo en el que uno ya no sabe si lo que predomina en el Madrid es el despiste de los madridistas “dignos” o la manipulación de los medios de comunicación (que subvierten en su provecho la jerarquia de medios y fines); una época en la que el supuesto “caso Mou” adquiere un protagonismo tan desmedido como absurdo; hay veces en que de pronto se despeja la incertidumbre y aparece diáfana la cuestión básica: quien es del Madrid, tiene que defenderlo y ello supone apoyar a los que lo componen en cada época; en cambio, el que ataca a los dirigentes actuales del club, los que están ahora en el ejercicio de su cargo, tanto en el despacho como en el terreno de juego, éste es el enemigo de todo el madridismo.
Habrá quien diga que esto es forofismo exacerbado, pero yo no lo creo. En realidad es coherencia: en la guerra se ataca al enemigo y se defiende al amigo; después, en la paz, habrá tiempo para matices; Pero no durante el combate, dividiendo las fuerzas propias. Eso sería traición y colaboracionismo con quien nos quiere destruir. Y ahora, estamos en guerra y es ya hora de darnos por enterados.
Este es el asunto fundamental. No es obligatorio ni necesario ser del Madrid para vivir; es un mero acto de voluntad o de deseo que se tiene o no. Pero una vez tomado partido por nuestro club, lo que no puede hacer el madridista es ignorar en qué mundo vive; qué intereses están en juego (más bien, en lucha); quiénes son nuestros aliados posibles y quiénes nuestros enemigos inevitables; y, sobre todo, cuál es la situación en la que se encuentran el Madrid y sus seguidores: a saber, que ya nos están disparando.
Hace tiempo que pienso que el Madrid es una gran familia en la que nadie tiene que cuestionar la legitimidad de los otros miembros porque no sean exactamente iguales a nosotros o no piensen de la misma manera. Para formar parte del madridismo sólo es exigible un requisito: ser madridista. A partir de ahí, da igual el país, la línea política o la edad, porque todos nosotros estamos unidos (futbolísticamente) por lo fundamental: una comunidad de la que formamos parte y a la que debemos lealtad.
Porque lo que es indispensable y exigible a todos los madridistas es que no se conviertan en “caballos de Troya” para debilitar al Madrid desde dentro, sea porque les asusta hacer frente al desafío que exigen las circunstancias actuales, sea porque prefieren que el Madrid en vez de ser el señor de sí mismo se convierta en el siervo de otros intereses que sus testaferros se guardan muy bien de mostrar.
Así que, sea esencial o instrumentalmente, si se entiende por “madridismo” un esteticismo basado en la leyenda dulcificada de Bernabéu y Di Stéfano (aunque sin entrar en detalles “incómodos”, claro); una especie de hito fundador y con efecto “ad aeternum” que nos libera prodigiosamente de tener que volver a ganarnos la primacía del fútbol mundial; en el que la “elegancia” (incluso llegando al punto de ser sinónima de estupidez) es antepuesta a darse por enterado de que el Madrid se fundó para ganar títulos, no para ser un ejemplo cívico; entonces yo rechazo esa postura que se corresponde muy poco con los auténticos intereses del “real” Madrid.
No serán los madridistas “tradicionalistas”, los que sólo hablan del pasado, los que “proveerán” al club de nuevos éxitos sino que lo harán los madridistas “modernos”, los que saben mirar hacia el porvenir: nosotros mismos. Pero eso sólo ocurrirá; si es que somos capaces de dar la talla y arrimar el hombro para lograrlo otra vez.
Defino el término “moderno” en el sentido de lo propio de la modernidad.; la cual consiste en un mundo de metas (de ahí la creencia ilustrada en el progreso), en un esfuerzo “agónico” en pos de obtener algo por medio de la propia voluntad y de darle así sentido a nuestra existencia con nuestras propias obras; construyendo por nosotros mismos el universo humano; siendo actores, no espectadores pasivos de nuestra vida.
No hace falta añadir que, para los madridistas todavía dotados de vitalidad, lo que dota de orden, lo que vertebra el mundo del fútbol no es la belleza del juego sino el Madrid y su apasionante historia llena de triunfos. Así que no nos vamos a conformar con que el destino nos haya hecho en el pasado una “donación” generosa, con lo que “fuimos”, sino que nos queremos esforzar por aumentar nuestros logros en el futuro; y éste hay que prepararlo desde el presente.
Si la modernidad se impone en nuestros días al tradicionalismo, perspectiva vital donde sólo hay que esperar a recibir lo que uno se merece (por “ser quien es”) sin necesidad de ganárselo, es porque ahora hay muchos que sabemos bien que nada dura para siempre y que tenemos que volver a merecernos estar en la cima una y otra y otra vez, en un eterno retorno nietzscheano que no puede ser gratuito, pues sólo se obtiene por medio del derecho de conquista. Por eso, no hace falta preguntarse con cuál de estas mentalidades puede prosperar el Madrid y con cuál no es más que un objeto de museo.
¡Basta de tanto sofista-tanguista! Lo que nos hace falta no es un cuentista de la milonga del “miedo escénico”, que, mientras nos entretiene cons sus cantos de sirena rioplatense, no se dedica, en realidad, más que a medrar de figurante en los palcos y las redacciones de nuestros enemigos; lo que necesita el Madrid no es señorío sino ¡COJONÍO! Y este es el territorio natural de un portugués llamado Mourinho.
A mí Mou me recuerda la célebre novela de Mary Wollstonecraft Shelley: “Frankenstein”. Conviene recordar que su subtítulo, mucho más desconocido, es “el moderno Prometeo”.
Nada más apropiado a Mourihno: Prometeo, el mito clásico griego, era un titán que desafió a los dioses (los poderes fácticos en la Hélade ) al proporcionar a los hombres el fuego. Por ello, fue castigado por Zeus; mas no por la ilegitimidad del acto en sí sino por el desafío al poder “establecido” (>the stabishment).
Dicho de otra manera, Mou es el Prometeo del Madrid actual; el que lucha contra los usurpadores del olimpo futbolístico, los cuales, como era de esperar, reaccionan airados y contraatacan; de ahí el “escándalo” que arman sus esbirros (sus ladridos son señal de que cabalgamos de nuevo).
Asociado al fuego está el “sacrificio”, o sea, el medio exigido para obtener cada objetivo. Mou sabe bien que sólo el fuego purificador que logre la destrucción del imperio (dominio) enemigo podrá liberar al Madrid del postramiento inducido en el que se encuentra. Es a eso a lo que se dedica; y cuanto más se critique lo que hace más seguros podremos estar de que la controversia que lo acompaña no se debe tanto a su actitud como a que está metiendo el dedo precisamente en la llaga cancerosa del “fúrbor” para rescatarlo de los tejemanejes en los que ha caído la competición, tanto la nacional como la internacional. Y, por supuesto, eso incomoda a los “beneficiarios” de los chanchullos actuales. ¿Cómo no van a protestar por la labor de Mou? En cambio, lo lógico en el madridismo sería agradecérsela. Y mucho.
Así pues, Mou demuestra estar dispuesto a alcanzar sus metas (las nuestras) incluso siendo conocedor de su elevado coste; pues, quien algo quiere, ha de sacrificarse para obtenerlo y, evidentemente, no se puede hacer una tortilla sin romper unos cuantos huevos. ¿Sabe algo tan elemental el madridismo? ¿No debería saberlo de sobra por su dilatada experiencia de más de cien años?
Por supuesto, los merengues del “señorío de Antaño” no tienen ni idea de qué estamos hablando aquí. Y esto supone un gran problema, porque ellos son los mejores apoyos, conscientemente o no, de nuestros enemigos, los antimadridistas; así que no podemos ni siquiera fiarnos de ellos y mucho menos unir nuestras fuerzas con elementos tan tibios para defender al Madrid. Por el bien de nuestro club, tendremos que tirar para adelante sin contar con ellos.
¡Quién sabe! Quizá incluso habrá que librarse de tal lastre para sacar el Madrid adelante. El tiempo lo dirá. En definitiva, para recorrer el camino del éxito, más vale estar sólos que mal acompañados.
Antónimus
1 comentario:
Genial artículo: los grupos sociales pueden tolerar muchas cosas. ¡Nunca la deslealtad, porque entonces se disuelve el grupo!
L. Vinci
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