Parece que fue Nixon el que inventó lo del “gabinete de prensa” de los gobiernos. No le resultó fácil olvidar que había perdido la presidencia ante Kennedy por un debate público y cuando alcanzó la presidencia posteriormente decidió que la información era una mercancía demasiado valiosa para ponerla a disposición de la prensa sin ningún tipo de “preparación”.
Desde entonces, los gobiernos filtran “informaciones” a los periodistas “de confianza” (también conocidos, nada casualmente, como “fuentes generalmente bien informadas”), o sea, aquellas a las que se da la carnaza con regularidad y en abundancia para que hagan su trabajo mercenario de desinformación.
Para lograr que los “desafectos” no desluzcan tan bella y artística labor creativa de la “realidad”, de la que el mismísimo Potëmkin, o Goebbels se sentirían orgullosos, los gabinetes de prensa luchan implacablemente contra los que quieren poner al público en contacto directo con la información.
Su táctica favorita es la escenificación. ¿En qué consiste?
Tiene mucho que ver con lo que en el ejército se llama “decepción del enemigo”, es decir, el camuflaje de las propias acciones o intenciones ante el adversario para sorprenderlo.
En definitiva, se trata de que el ingenuo que se acerque desprevenido a los medios reciba una im-presión mental que “imprima carácter” en él, a fin, no sólo, de que acepte la escenificación como realidad sino, especialmente, para que se acostumbre a tal rasero, para que se “a-molde” a él en el futuro y sólo vea a través de tales orejeras la “información”, que, además, se le “administra” debidamente para alejarle del riesgo de “sobredosis pluralistas”.
Y ahora, después de esta larga, pero necesaria introducción, pregunto: ¿cuál es el mejor ejemplo de escenificación en España actualmente? El Farsa.
Acabamos de asisitir a la representación de la lesión-no-lesión de la Me $$ita E$$cupidora en Copa de Europa ante el Paris Saint Germain. Ya que tuvo lugar en un partido, no se podía negar su existencia (otro recurso muy utilizado), pero sí “reconducirla”, “reinterpretarla” y “delimitarla” debidamente.
Primero se difuminó milimétricamente el parte médico para que no dijera nada (se usaron rumores filtrados paralelos para “completarlo”, pero, eso sí “apócrifamente”, para que siempre se pudieran negar en el Farsa los “complementos” interpretativos ad hoc).
Después se difundieron diversas versiones, incluso contradictorias, sobre la posibilidad o conveniencia de que el delantero farsista jugara el partido de vuelta de Champions, pero sin descartarlo o darlo por recuperado sin ambigüedades en ningún momento.
Cuando tuvo que salir, por el penoso y peligroso resultado del “super” Farsa, lo hizo de forma que evidenció por su forma de moverse (y de no moverse apenas) que seguía mal y, para paliar tan penosa impresión (que un lesionado tenga que sacar las castañas del fuego a sus 10 compañeros, supuestamente de los mejores del mundo en sus puestos), se pondera su concurso en la superación de la eliminatoria sin mencionar apenas qué secuelas le puede acarrear a él haber jugado.
Finalmente, el broche de oro es decir hoy en la prensa “afín”, primero que no se ha agravado “en nada” su lesión por haber jugado (pese a que hubo momentos en los que cojeaba, se paraba, se tocaba la pierna, etc. durante el partido) y, al final de la mañana, que ha estado en una clínica (¿para saludar a un amigo? Él no tenía nada, ¿no?) y se encuentra perfectamente y dentro de lo previsto en su proceso de recuperación (que, al parecer, incluía en sus cálculos que jugara lesionado en un partido para el que no se le alineó como titular).
El proceso de sustitución que lo que pasa por lo que quieren que creamos que pasa queda así completado. Y, para decirlo todo, no es ajeno a él la colaboración necesaria de los que, con una ingenuidad insostenible a estas alturas, siguen aceptando gato por liebre sin tomarse la menor molestia de preguntarse si les están engañando.
Antónimus
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