jueves, 29 de mayo de 2014

EL LISBONARIAZO. DE CÓMO SE LLEGA A SER EL MÍTICO DECACAMPEÓN DE EUROPA

En este Plácido Domingo, en el que los merengues rememoramos sin cesar la hazaña de nuestro gran guerrero, Cabezazo Blanco, el implacable verdugo madridista, es hora de analizar los últimos acontecimientos para poder comprender en toda su magnitud cómo se llega a ser un Equipo Diez.

Ayer, en la Ciudad Blanca, que gracias a nosotros no ha sido conquistada por el ominoso lado oscuro del antifútbol, Camero Ramos volvió a clavar sus Colmillos Blancos en la yugular enemiga y a reconducirnos por el camino de la victoria. Por eso, ahora hay que hacerle justicia al Gran Decamadrid, el que da la cara en las grandes ocasiones; el de nuestros grandes jugadores, aún más por su espíritu épico que por su indudable clase; porque si otros "pelean", nosotros forjamos la Historia del Fútbol con nuestro propio ADN.

Hay cosas que suceden por ponerse bajo la advocación del dios equivocado. Los patéticos seguidores de Neptuno, dios del mar, se arriesgan, lógicamente, a que el abrazo deletéreo de su deidad los arrastre al fondo, como el hundimiento que sufrieron el ayer sábado atestigua; en cambio, los madridistas, que hacen sus sacrificios en el altar de la diosa Cibeles, diosa terrestre de la fertilidad (de ahí, la abundancia de las cosechas merengues), juegan con los pies en el suelo, sobre seguro (entre otras cosas, porque, además, ellos sí que saben practicar el fútbol). Por eso, hoy la zozobra preside unas cabezas y otras se ven recompensadas con la recolección del premio ganado con el trabajo bien hecho.

El Hundimiento: De como el Caballo de Troya Enemigo juega en nuestra portería

Pero no fue sencillo lograr este triunfo. Por si fuera poco que nuestro entrenador sea don Carleone, un indolente delbosquino que no sabe reaccionar ni aunque le vaya el cargo en ello, además tenemos la portería ocupada por un Caballo de Troya enemigo llamado Fallillas, alias el Cagapartidos .

Porque después de demostrar a lo largo de toda su carrera que no sabe salir por alto (a pesar de “su” prensa pretende que es el "mejor portero del mundo”), justo cuando menos hay que arriesgar, lo hace dos veces: (Caguillas volvió a ponernos en peligro en la prórroga, después del gol de Bale, lo que pudo llevarnos a tener que jugárnoslo todo en los penaltis contra el gran portero belga del Pateti).

Total, que Fallillas regaló a los Leñeros de Madrid el gol que no sabe meter su delantera, indigna de ese nombre; ya que su juego de "ataque" consiste tan sólo en atentar contra la integridad física de su rival (como demostró Villa, el acabado, agrediendo a Caguillas). Así fue, por deméritos ajenos, como el Pateti gozó de una ocasión de oro para ganar un trofeo que no es capaz de obtener por sí mismo.

Desde ese momento, todo fue cuesta arriba para el Madrid, que alineaba un equipo de circunstancia con bajas inevitables como Pepe (y otra evitable, como Diego López); que tenía dos delanteros, Benzema y Cristiano que no estaban en condiciones físicas para jugar, aunque lo intentasen por pundonor; que carecía por sanción de su ancla y timón en el centro del campo (Alonso); que tenía que poner en su puesto a un Khedira que sólo ha jugado tres partidos (con éste) en lo que va de año…y ¡encima jugábamos sin portero!

Así pues, con un equipo tremendamente mermado, nos vimos obligado además a nadar contra la corriente de un marcador adverso y a jugar contra la angustia del tiempo, que se nos iba escurriendo inexorable entre los remates fallados y los parados por Courtois, el mejor, con diferencia del Patético. Del arbitraje, típicamente uefero, no había nada que esperar (no quiso saber nada del diluvio de patatas patéticas), así que el fatalismo se iba instalando poco a poco en las filas madridistas.

Mejoramos en la segunda mitad y a partir de los cambios (¡menos mal que nosotros sí pudimos hacer tres!); fuimos arrinconando poco a poco a los colchoneros en su portería; pero, aún así, llegó el fin del tiempo reglamentario entre el !huy! de las ocasiones perdidas y el ¡ay! porque el árbitro iba a pitar el final del partido de un momento a otro. Sin embargo, prolongó el encuentro 5 minutos, principalmente debido a los cambios.

De la Ramosplatz de Munich al Largo de Ramos de Lisboa: El Rescate del Madrid y el Indulto (inmerecido) a Fallillas

Y entonces llegó Indulto Ramos; indulto para todo el Madridismo e indulto para ese, digamos, "cagameta" que, hasta el empate salvador, estaba ya despedido del Madrid. El eco de su cabezazo letal llegó hasta Munich. El resto, ya en la prórroga, fue golear 4-1 y devolver al Patético a su infierno antimadridista particular. Porque, parafraseando a Juanito, "noventa minutos ante el Madrid son molto longos" y un partido así sólo acaba cuando los madridistas decimos nuestra última palabra: el gol.

Así que, sin duda, Ramos, con todas sus imperfecciones y virtudes, ha sido el jugador decisivo en esta Décima Copa de Europa (sin olvidar los 17 goles de Cristiano en 11 partidos). Siempre se lo agradeceremos y le tendremos, como uno más de los mejores entre los nuestros, en el altar del sanctasanctórum blanco, pues sin duda se lo ha ganado.

No es partido a partido sino Hazaña tras Hazaña

Si el talento fuera lo mismo que el sudor, los empleados de mudanzas serían los mejores escritores y filósofos de la sociedad y sus obras estéticas y científicas llenarían el mundo...pero eso no es lo que sucede, ¿verdad? Si dejamos a un lado las choludeces, vemos que el Patético sólo puede ganar, primero, evitando violentamente que su adversario haga deportivamente lo que él sí sabe hacer (jugar) y, segundo, aprovechando los errores o los regalos del rival (o del árbitro).

Por supuesto, todo esto se enmascara con mucha retórica; porque los sofistas como Valdano o Simeone son así, les das un turno de palabra y te colocan una enciclopedia completa sobre lo divino y lo humano y, por supuesto, mientras hablan, te roban la cartera por detrás. Estos falsificadores, que se aprovechan de la inmadurez de los simples para, dicen, conducirlos al Título Prometido, haciéndoles creer que es lo mismo la realidad que el deseo, se aúpan en esa frustración colectiva reconcentrada durante muchos años y manipulando este sentimiento se adueñan de los que los siguen ciegamente (cegados por el rencor anti). Sin embargo, su sucedáneo de realidad triunfal sólo tiene lugar cuando, tan sólo muy de vez en cuando, la torpeza ajena (y ciertas ayudas) les da la oportunidad de apropiarse de lo que como segundones que son, no se merecen.

Pero los patéticos no van a cambiar; nos odian demasiado para aprender de las lecciones que les damos a menudo. Por eso, nuevos charlatanes les seguirán vendiendo su humo de glorias virtuales, evocando cualquier ilusión con tal de escamotear los hechos; y éstos son que han vuelto a perder exactamente igual que su llorado Luis Aragonés. Decían que querían rendirle homenaje en esta final europea y no han encontrado mejor manera de hacerlo que imitar su derrota al pie de la letra, incluso en el momento de encajar el gol enemigo. Bueno, nadie les podrá acusar de no ser fieles a la memoria de Zapatones.

¡Qué manera de palmar!, que diría Sabina el Patético; porque reconozcamos que el Pupas ha hecho de la derrota una seña de identidad (la otra es que los Vikingos no tenemos derecho a la existencia y somos culpables de todo); sería de esperar que, al menos, una “forma de vida” así sepa perder como es debido (aunque sólo sea por lo mucho que frecuenta la derrota). Pero no. Al menos, no Simeone, que no se dio por aludido y montó su numerito autojustificativo. Nos da igual; lo importante no son sus malas maneras sino que nosotros seguimos adelante. Así que, en efecto, ni una lágrima, pero no por el partido (que ya está inscrito en la historia del fútbol europeo y planetario, pese a quien pese) sino ni por los patéticos perdedores, el equipo de los Leños de Madrid, ni por el Cholo, su impotente cuentacuentos.

En cuanto al Madrid Hipercampeón, reconozcámoslo abiertamente: ¡nosotros, si que sabemos organizar una fiesta!, con final digno de un guión de Hitchcock incluido; camuflando nuestro hachazo demoledor hasta el momento en que más va a doler, para, no sólo vencer sino también aniquilar; porque nuestros enemigos no se van a curar de este trauma jamás.

¡Ah! A los que dicen que hemos tardado mucho en lograr este triunfo (cinco años en el Pentacampeonato de Di Stéfano y cincuenta y cuatro más para el Decacampeonato Galáctico), que se pongan a mejorarlo cuando quieran; pero todos ellos van a tardar más que nosotros en hacer algo parecido (si es que lo consiguen) y nunca serán los primeros en lograrlo.

Y un recadito para nuestros jugadores: la victoria no lo justifica todo, porque nunca se gana definitivamente. Por eso, hay que seguir luchando, indefinidamente; porque es la única manera de que el talento destaque una vez igualado el esfuerzo (legal o alegal) de los que sólo saben atacarnos, dentro y fuera del campo. Nosotros siempre tenemos objetivos pendientes y nunca nos podemos relajar. Es el precio por llegar arriba del todo y, sobre todo, por permanecer allí. Porque lo más importante, lo único que va a quedar cuando todos nosotros ya no podamos seguir viéndolo, es el Madrid. Así que no nos equivoquemos: aquí no hay nadie imprescindible porque todos nosotros somos contingentes, sólo él es necesario.

En cuanto a los seguidores madridistas, si alguien nos pregunta si estamos contentos con la Décima Blanca, la respuesta es muy simple: estamos acostumbrados. No es chulería, sino la verdad.. Aquellos que sólo por casualidad ganan un trofeo importante en toda su vida, se vuelven locos y ostentosos, como nuevos ricos que son. Pero, ¿por qué tendríamos nosotros que actuar como unos paletos cuando para los madridistas la normalidad es el éxito? Si esto molesta, que moleste, pero es lo que nos define, hipocresías políticamente correctas aparte. Por eso, lo que nos corresponde a nosotros tras el triunfo es la serenidad; pues nuestra verdadera satisfacción es permanente, ya que consiste en ser del Madrid. ¡Y nada más!

Lo que si es de agradecer es haber erradicado la presión de la prensa respecto a la Décima, con esa artificiosa “urgencia” (¿para quién, si nosotros ya teníamos más que nadie?), esa cantinela cansina con la que nos acosaba hasta ahora. Otra cosa es que nosotros ahora volvamos a tener otra exigencia: la Undécima. Y no será la última.

En fin, ha llegado el momento de brindar por la Décima Blanca: Va por don Santiago, don Alfredo, don José, don Florentino, don Sergio, don Cristiano y por todos los madridistas, de campo o de grada, del mundo entero; porque tenemos tantos seguidores en toda la galaxia que en nuestros dominios nunca se pone el sol.
Cibeles Madridista.

Post datum: La leche, ese primer alimento que todos necesitamos, es blanca; la nieve que corona las montañas más elevadas, también es blanca y son blancas, entre otras muchas cosas, las altas nubes del cielo. El blanco es el color más natural, el más puro y noble. Por eso, es un acto de justicia cósmica que sea él quien nos simboliza a los campeones madridistas, mostrándonos, inmaculadamente, como el mejor equipo de fútbol

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