A los madridistas nos llama la atención un fenómeno que nos parece absurdo, mas no por ello va a menos sino que aumenta sin parar: el antimadridismo declarado; no la rivalidad, no, sino el antagonismo más propagandista y extremista, incluso violento. Lo decimos porque ahora incluso se publican listas proclamando esa condición, mejor dicho esa anti-condición, que más que una esencia es un accidente; y grave.
Nos explicamos: según Aristóteles, la esencia significa lo que somos, lo que nos constituye como tales; en cambio, los accidentes o circunstancias, como diría Ortega, son aquellos factores que concurren en nuestra vida enmarcándola hasta cierto punto, pero no definiéndola. O sea que accidente es aquella situación transitoria, prescindible (por tanto no esencial), a través de la cual discurre nuestra vida; sin embargo no es nuestra existencia genuina sino algo que nos pasa mientras vivimos lo que somos.
Hace algunos años, cuando la gente aún disponía del sentido del ridículo, el exhibicionismo no era precisamente una virtud de la que presumir sino algo a evitar a toda costa; por ejemplo, se denigraba denominándolos exhibicionistas a los que se mostraban desnudos en público. Bueno, sigue habiéndolos hoy y su intención sigue siendo llamar la atención, como si nos dijesen: “¡Miradnos! Insultadnos incluso; pero no paséis de largo sin reparar en nosotros, porque de lo contrario no existiremos siquiera”.
Nosotros entendemos que un sentimiento positivo, de alegría por sentirse identificado con un equipo, aporta algo; contribuye a construir la propia personalidad. En cambio, el “anti”, al odiar, ni siquiera sabe gozar de lo que tiene, ya que lo domina el sentimiento de frustración, de rabia porque hay alguien a quien desearía destruir; pero es él quien termina autodestruyéndose, viviendo una vida alienada, a la contra, en vez de la propia.
Debe de ser muy triste no tener nada propio que hacer en el mundo salvo intentar buscar el daño ajeno; ser un mero satélite espía, siempre en torno a un enemigo, al que, en realidad, no puede destruir, pues, lo comprenda o no, entonces su existencia sería totalmente huera: carecería totalmente del objeto que ahora la anima.
Se trata de una psicología inmadura, infantiloide, de quienes no siendo dignos de que nos fijemos en ellos reaccionan contra esa “invisibilidad” e intentan imponerse agresivamente, a ver si así llegamos a percibirlos: es un claro complejo de inferioridad.
Desde un punto de vista razonable, que no racionalista sino freudianoa, creemos que tales “formas de supervivencia” sufren mucho, pues tienen una dolencia sin remedio. Sólo sanarían si el Madrid y los madridistas desapareciéremos súbitamente; fulminados por el rayo de Zeus; más probable es que sean ellos los que se mueran de asco esperando tal milagro; pero, en fin, de ilusión también se vive (si eres un iluso).
Lo más irónico del asunto es que mientras nosotros somos los amos del fútbol mundial, histórica y actualmente, ellos, que no son más que nuestras sombras resentidas, no son capaces de hablar más que sobre cómo atacarnos. Entre tanto, los madridistas sólo nos dedicamos a organizar el futuro del Madrid, para hacerlo áun más grande. Y nada de nada ni nadie más.
Antónimus.
Post scriptum: Que mala consejera es la envidia, hermana de la frustración y de la impotencia. ¡Cuántos disparates se perpetran bajo su maniquea inspiración!
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