La inefable señora de Falllillas,
también conocida como Sara Follonero, sigue adelante con sus actividades
deformativas y antimadridistas.
Lo primero que habría que decir de
ella es que no sabemos si tiene ya o todavía no la titulación académica habilitante
para ejercer la profesión de periodista sin incurrir en intrusismo.
Por lo demás, cuando la Sra. de Fallillas intenta
decir algo nunca se sabe exactamente qué es, pues es más que “vox populi” que
la facundia no es una de las gracias que la adornan.
Pero donde no hay duda de que ejerce
el intrusismo es en sus frecuentes
comentarios sobre el vestuario del Madrid, del que, en principio, no tendría
por qué saber más que, pongamos, el Presidente del club. O, ¿tiene su(s)
propia(s) fuente(s) de información “interna” de lo que allí sucede?
En cuanto a su afirmación de que se da
por supuesto y demostrado (en la prensa) que "los jugadores del Madrid no
tragan a Mourinho” algunos, al menos los no aneuronados, seguimos recordando
que esta “película” de la prensa sobre el entrenador portugués del Madrid
empezó con una sospechosa “comunión” mediática en su contra ya “antes” de que él
llegara a Madrid (y esto es muy fácil de demostrar con las propias hemerotecas
de los medios). Seguir sosteniendo “su” tesis no demuestra otra cosa que la
necesidad de los periodistas de insistir en lo mismo si no quieren quedar como
unos imbéciles empeñados en una campaña,
quien sabe si encargada, contra alguien que, en principio, tiene derecho al
beneficio de la inocencia hasta que no presenten pruebas y testigos de los
cargos aducidos contra él.
En definitiva, hace mucho, mucho
tiempo que hay una caterva mediática que confunde sus deseos con la realidad,
de la que forma parte la Sra. de Fallillas, cuya entrega como profesional en
este tema no parece ser mero amor platónico por la verdad. Pero,
lamentablemente para tal secta, lo único que ha logrado con sus “deposiciones”
es que Mou deje a todos esos medieros en seco y que la primera cuestión a
plantearse ahora no sea cuánto durará él sino cuánto durarán ellos en medios
que no consiguen que el Madrid les dé la menor oportunidad de entrar en
contacto con sus figuras, entrenador incluido, para poder publicar sus propias palabras
en vez de tanto rumor autogenerado. No olvidemos que un medio informativo sin
información es como un banco sin dinero: tan absurdo como superfluo.
Sucede, sin embargo que la “omertá”
que, según los medios, exige Mou a sus jugadores, es ejercida en otros equipos
sin que los mismos “informadores” reaccionen en su contra. El ejemplo más
palmario es el Farsa de Falsiola (el mismo que le negó el saludo a Cristiano en
la gala del fútbol de Zurich), quien administraba los contactos con la prensa
como si fueran monedas de oro (bueno, siendo farsalán lo habría hecho igual por
treinta moneda de plástico).
Tampoco es casualidad que la Sra. de
Casillas reaccione precisamente ahora, tras lo que ella denomina “a rey muerto,
rey puesto”, o sea, tras el fichaje urgente por el Madrid de otro guardameta
ante la evidencia de que para Fallillas puede haberse acabado la temporada. Con
esta frase, en la que la esposa del hasta ahora jugador habitual en nuestra portería
muestra su gran tacto con Diego López y con el club merengue en general, es
ella (y su costilla) quien queda con el culo al aire y descubre su juego, que
no es informar sobre la necesidad, o no, de tal fichaje sino encargarse de las
relaciones públicas de su marido y continuar con su promoción mediática por lo
civil o por lo criminal ahora que su continuidad no está garantizada.
No queremos dejar de decir
explícitamente, que no se nos ha pasado por alto que la Sra. de Fallillas está
juzgando a quien tiene como oficio juzgar la labor profesional de su marido y,
como se merece, sentarlo en el banquillo cuando no da una (conclusión a la que
ya llegamos muchos al final de la temporada pasada). O sea, la Sra. de Fallillas es juez y
parte en lo que aspira a juzgar. Lo malo para ella es que a este jueguecito
podemos también jugar los madridistas y, tras juzgarla a ella, llegamos a la
conclusión de que nada de lo que diga sobre este asunto (ni sobre cualquier
otro) es digno de ser tenido en cuenta desde un punto de vista objetivo; evidentemente,
su subjetividad, no es más una rabieta de quien ve que se le seca la fuente de
su popularidad (la de ella no va mucho más allá de la de él y, si no, al
tiempo).
En definitiva, a este proceder
marrullero de muchos periodistas deportivos, entre ellos la Sra. de Fallillas, es a lo
que Florentino Pérez llama desestabilizar en los medios de comunicación y
muchos seguidores del Madrid estamos totalmente de acuerdo con él. Es más,
creemos que el club debería exigirle a Fallillas que le diga a su señora cuáles
son sus obligaciones como esposa del todavía capitán del Madrid si es que éste
desea seguir en nuestro club (no perderemos el tiempo en enumerar las
obligaciones deontológicas de una profesional como ella en un caso de conflicto
de intereses, pues está claro que tampoco ha debido aprobar todavía la
asignatura de ética).
Después de esto tiene ya muy poca
importancia si su marido es o no el topo de la prensa en el Madrid (lo de que
alguien interno cuenta a la prensa lo que pasa allí no es más que una tapadera
para justificar la campaña anti Mou de los medios, que, sin tal coartada, se
reduce a una emboscada descarada e injustificable). Basta con saber sin la
menor duda posible, gracias a ella, que Fallilllas, que no parece muy
interesado en frenar las incursiones en su equipo de su señora, queda retratado
como un individuo que no mira por el club al que tanto debe (incluso haber
llegado a ser portero de la selección nacional de futbol de España) sino por su
propia carrera; alguien que sigue su camino caiga quien caiga; un ser que actúa
sin el menor compañerismo (nunca ha defendido a un compañero en apuros ni a su
entrenador) y con una falta de respeto
evidente por el trabajo de los demás porteros del club. A esto, en medicina, se
lo llama cáncer, que es lo que sucede cuando una parte de un todo se olvida del
resto del colectivo y se cree más importante que el grupo en su totalidad. Ya
sabemos todos cómo hay que tratar “algo” así.
Antónimus.
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