jueves, 5 de julio de 2012

EL INEFABLE DIEGO TORRES SE ENMIERDA DE NUEVO

Dicen los entendidos que los argentinos descienden del barco. Pero, según los expertos en estas cuestiones, Diego Torres, desciende del tacho; mejor dicho, a tenor de lo declarado por los testigos presenciales, repta desde él hacia el exterior, mas sin dejar de conservar las esencias genuinas de dicho origen; pues como él es hediondo, lóbrego y desechable.

Una vez más, Diego Torres ha desperdiciado una magnífica ocasión para quedarse callado y dedicarse a lo que tanta falta le hace: la cría de sus propias neuronas.

No se ha ocurrido otra manera más adecuada de pasar el verano que descalificar a los jugadores del Madrid (a los portugueses, claro). Para comprender su bajeza, basta comparar estos dos artículos contra Pepe


y Cristiano Ronaldo


con la loa a la selección tras su triunfo en la Eurocopa


Bueno, en realidad es el mismo estilo: la desmesura sin análisis, o sea, o ataque total o defensa total del retratado en cada caso. Pero, sobre todo, cuando critica, va a degüello.

Sencillamente, esta forma de vida porteña carece de conceptos como el de respetar a los que no piensen o actúen como él desea o el de aceptar el derecho a existir de quien no le guste. Llama la atención que alguien que viene de un país tan digno de ser poblado por habitantes más competentes, y que deberían ocuparse urgentemente de sus propios asuntos, se permita ser tan dogmático y agresivo, pretendiendo dar tantas lecciones a quien no se las pide ni las necesita (al menos, de él). De hecho, dicen los taxistas de Buenos Aires que la Argentina no ha desaparecido todavía porque por las noches los argentinos duermen y el país puede recuperarse un poco. Así que no le conviene tirar piedras a lo alto al que tiene tejado de vidrio en su pago.

Ante todo, estos artículos suponen una autoacusación para don Diego, que se traiciona al dejar ver en ellos su convicción de que la opinión pública no es otra cosa que el efecto producido inevitablemente por la opinión publicada si ésta es suficientemente insistente (Gobbels).

A él no le importa que pueda enajenarse con esta forma de escribir las poquísimas adhesiones que todavíe le queden (éstos no son más que los últimos ataques por escrito de una larguísima serie de su cosecha), ya que de lo único que pretende es seguir desgastando y desprestigiando a los jugadores del club que ha convertido en su blanco favorito (¡qué coincidencia!).

Para hacer cumplir a sus enemigos este destino manifiestamente perseguido, el señor Torres no hace prisioneros ni entiende de treguas; para él, vale todo y vale todo el tiempo. Es coherente como el hacha de un verdugo y no le importa lo más mínimo que el condenado sea inocente; basta que exista y lo considere su enemigo para que vaya tras el como un perro rabioso.

En definitiva, nunca reconocerá méritos a los que él considera sus adversarios y si esto no basta, recurrirá, como suele, al argumento ad hominen contra ellos; si es necesario “creativamente”. Para constatarlo, no hace falta más que ojear sus crónicas (bueno, su denominación apropiada sería la de “sevicias fabuladas”) que parecen plagios de la Iliada o la Odisea (¡ya quisiera él!), y están plagadas de altercados, enfrentamientos, rivalidades y todo tipo de problemas dramatizados, pero no de información deportiva. Si lo que narran no se parece a la realidad, tanto peor para ésta.

De los pretendidos desencuentros madridistas habla sin parar; pero sigue debiéndonos un artículo, igual de detallado y analítico, sobre cómo se gana una liga de 100 puntos sin ser el mejor equipo; gran incógnita que él nunca despejará.

En fin, afirman los psicólogos, sostienen los loqueros y aseveran los gerentes de los hospitales mentales, antes manicomios, que tanta inquina sólo puede provenir de un cerebro que, más que merecer la denominación de centro nervioso-mental, ha devenido quilombo periclitado; donde contraviven fobias, envidias, odios, frustaciones y mezquindades sin orden ni concierto, las cuales no tienen mejor okupación que proyectarse al exterior en busca de un chivo expiatorio.

¿Cómo se podría ayudar a quien es el mismo su principal problema? Ante tal síndrome, sólo podemos mantenernos a distancia del problemático. Él ya no tiene remedio, pero los demás deberíamos evitar que nos contagie su morbosidad.

Ha llegado el momento de que su empresa, El País o Prisa, decida si prefiere que semejante lastre la arrastre consigo al fondo miserable de esa óptica obsesiva de pocilga o librarse de la rémora de su mucamo y adoptar una perspectiva más informativa que deformativa; o sea, dejar atrás su línea de ofensiva antimadridista permanente característica de los últimos años y aceptar que el mundo es más ancho que los deseos de manipulación de este medio y permanecerá ajeno a ellos.

Mientras tanto, según esclarecen los literatos, Diego Torres continuará sus “novelaciones”, vale decir, pergeñando el penoso trasunto de una vocación por las bellas letras frustrada por incapacidad manifiesta; desafortunada circunstancia que lo arrumbó junto a las galeradas, donde se le publica más de lo que convendría a la buena salud mental de los desinformados que lo leen; pues sus “noticias” están tan alejadas de la realidad como su mente de lograr realizar sus deseos madricidas; lo cual pagan a su costa quienes sigan creyendo que las recreaciones de este autor de “deporte-ficción” son todavía dignas de ser tenidas en cuenta.

Antónimus.

Post scriptum: Ceterum censeo turres esse delendam

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