Los resultadistas, esos seres tan prácticos como simples que se limitan a mirar el marcador para hacer la crónica, lo deben de tener muy claro después del partido de Eternos Rivales de la Champions de esta semana: don Carleone le ganó a don Sicagone y punto. Ya, pero, ¿seguro que no hay nada más que añadir?
Durante el partido, los antis como Robinson se tomaban muchas molestias en aclarar que, si bien el Madrid estaba teniendo mucha más posesión, ésta no era “creativa”. ¡Vaya! Después de tantas posesiones gloriosas del Farsa, tan loadas por la cla prensil, en las que no hubo nunca la menor matización (ahí lo cualitativo no se valoraba, sólo lo cuantitativo era relevante) ahora llega el bueno del exosasunista, el mismo que sigue, decenios después, sin dominar el castellano mientras ¡trabaja de locutor! y nos da la clave de la piedra filosofal para reinterpretar debidamente el fútbol-onírico farsista.
Pero, el resultado, y no el análisis, es el que manda; el que lo explica todo y el que perdona los caprichos, como poner a Ramos fuera de su posición defensiva habitual. Y es también el resultado el que encumbra y defenestra a los técnicos y sus modus operandi, no sus méritos personales acreditados con su trabajo a lo largo de su carrera.
Pero el partido fue mucho más; fue un porterazo en la portería contraria (¡a ver cuando tomamos nota!, que ya hasta Varane, que no es un veterano, se niega a obedecer las órdenes de Fallillas y lo ningunea, porque no se fía de él); y fue un delantero madridista todo corazón, Chicharito, que se mereció más que nadie marcar el gol de su vida.
En cuanto a la justificación postencuentro del Cholo, diciendo que la expulsión de Arda fue determinante, cuando el turco tuvo que ser expulsado ya en la primera parte, es casi tan hipócrita por su parte como quitar a Griezmann y dejar a un delantero cojo por toda baza ofensiva, pero diciendo que aún quería ganar el partido: lo que quería era llegar a los penaltis, confiando en la baza de su portero, que ha dejado a Fallillas en evidencia en los dos partidos (en el de vuelta, Íkaro volvió a hacer alguna de sus salidas suicidas).
La derrota colchonera fue la demostración de en qué consisten los límites del modelo patético, que no es propio de un equipo de fútbol sino de las hienas carroñeras; pues vive más de errores ajenos que de aciertos propios. Además, está situado siempre “más allá del reglamento”, como diría Nietzsche si hubiera visto el partido.
El problema del Pateit es que don Sicarione no plantea partidos sino batallas, lo que es un hecho indiscutible. Sin embargo, ante él se produce una inquietante ormentá de piteros, federatas y plumíferos; sin esa “vista gorda”, el Pateti no acabaría ni un solo primer tiempo con 11 jugadores. Y ese es su límite: ni con tolerancia infinita se puede permitir nadie dar el máximo físico permanentemente, año tras año, y como no tiene apenas jugadores de fútbol dignos de tal denominación, al final se queda sin gasolina y muere oyendo el campañazo final (a lo lisboeta o a lo chichareta). Y si alguien piensa que es nuestro fanatismo antimadridista el que nos lleva a hacer esta acusación, que se repase el vídeo de la final de Copa que perdió Mou ante el Patei y vea cuál de los dos entrenadores debería haber sido expulsado y qué jugadores patéticos no deberían haber jugado el partido completo. Pero claro, ¿quién era el árbitro? El de los Trece Errores señalados, nada casualmente, por el mismísimo Mou.
Antónimus.
Post scriptum: ¡Qué suerte tiene el Pateti, que tiene al genial Sicagone amarrado hasta el 2020! ¡Que lo disfruten hasta la náusea!