martes, 22 de julio de 2014

CON DIEZ COPONES

Las señas de identidad no son otra cosa que el resultado de sumar a lo que te sucede, más o menos espontáneamente, los esfuerzos conscientes que moldean tu vida para lograr lo que consideras importante. A la larga, los resultados obtenidos te hacen crecer como persona y así llegas a ser como eres ahora, forjándose en el proceso tu personalidad, que no es un “ser” sino un “devenir”. No se nace “esencial” sino accidentalmente y, especialmente, “laboralmente”, transformando nuestro mundo con esfuerzo deliberado.
Pero ahí no se acaba la cuestión, pues siempre hay que empezar a luchar de nuevo, como Sísifo, y esforzarse en pos de los siguientes objetivos; pues sólo tienen derecho a descansar los que ya están muertos.

En el caso de los madridistas, los muchísmos éxitos obtenidos de alcance mundial nos han convertido en el equipo más importante de fútbol de todos los tiempos. Pero no nos basta: seguimos y seguiremos sin conformarnos. Esta la nuestra idiosincrasia que nos ha proporcionado nuestra historia.

El modelo lo pusieron en marcha dos genios, don Santiago Bernabéu y don Alfredo Di Stéfano, uno en el despacho y otro en la cancha. El resto es un comentario de texto al pie de las páginas que ellos dejaron escritas tan brillantemente; aunque hay que reconocier que algunos otros se han ganado mención especial por sus aportaciones al Madrid: Gento, Puskas, Amancio, Pirri, Juanito, Santillana, Stielike, Hugo Sánchez, Raúl, Zidane, Cristiano, Bale, Ramos, Muñoz, Mourinho, Mendoza, Florentino Pérez...

Por supuesto, en la vida todo está sujeto a evolución, así que hay que estar abierto a los cambios; pero sin resignarse nunca al “destino”, que no debe ser comprendido más que como el arte de saberse merecer lo que se gana uno mismo. Por eso, si uno logra abstraerse del clima de inmadurez deliberada con la que se “educa” a la gente actualmente, ha de reconocer que sólo trabajando con entrega y teniendo metas claras se alcanza lo que realmente vale la pena. Por eso, los madridistas no creemos en la suerte sino en nosotros mismo; sabemos que siendo fieles a nuestro espíritu de sacrificio llegarán nuevos éxitos.

Porque la suerte (en todo caso, fortuna y desgracia son las dos caras de la misma moneda), en realidad, ¡no existe!; simplemente es la forma poco reflexiva de hablar de la existencia pasivamente, como algo que se padece, en lugar de emplearse a fondo, activamente, para protagonizar nuestra vida y adecuar los acontecimientos a nuestros intereses mediante el esfuerzo y pundonor necesarios a tal fin.

Así pues, los madridistas maduros queremos que nuestro equipo siga luchando por sus objetivos como nos corresponde identitariamente a nosotros hacerlo: ¡Con diez…Copones!
Cibeles Madridista.

Post datum: Por mucho que se haya ganado hasta ahora, incluso si la temporada anterior fue bastante buena, con un doblete y, sobre todo, con la Décima Blanca, cada año se empieza a cero y no hay que conformarse con los éxitos previos. Brindemos a don Alfredo Di Stéfano los títulos de la próxima temporada jugando con el espíritu y la ambición indomables que él nos enseñó.

HASTA SIEMPRE, SAETA

Se fue don Alfredo Di Stéfano, con 88 años recien cumplidos. No sólo ha sido el mejor jugador de fútbol, es decir, el más completo, sino que además fundó con don Santiago Bernabéu el fútbol moderno y el modelo de club adecuado para jugarlo.

Si hubiera que ponerse a recordar anécdotas de la Saeta Rubia, bastaría decir que llegó a Madrid una mañana en tren desde Farsalona (en un viaje de los de entonces); dejó a su familia en el hotel Nacional de Atocha y a primera hora de la tarde ya debutó en el Bernabéu y marcó su primer gol. Eso es adaptación ultraacelerada y no la temporada entera de aclimatación que necesitan tantos.

Se dice que esperaba el máximo de sus compañeros y que sólo se conformaba con ganar. Cierto es que su ambición no conocía límites, pero también lo es que a nadie exigía más que a sí mismo y que él, por supuesto, daba ejemplo aportando todo lo que tenía, que era muchísimo.

Acostumbrados durante las últimas termporadas a verlo entregando la camiseta blanca a los nuevos fichajes; inmersos en la rutina establecida año tras año con dicho acto, en el que sólo cuenta el recién llegado; hemos ido olvidando lo muchísimo que le debemos a este viejecito encorvado sobre su garrota, a este gigante finalmente derrotado por la edad, pues el tiempo, que no se olvida de nadie, ni siquiera de los mejores, ha ido acabando poco a poco con el que fuera un portentoso atleta.

Esta es una lección vital que todos necesitamos para tener presente lo poco que somos, la escasa huella que dejamos tras nosotros al morir. Bueno, no todos: algunos sí que son capaces de imprimir carácter y dejan testimonio imborrable e irrepetible de su grandeza, lo que nos hace olvidar que también son humanos. Este es el caso de don Alfredo.

¡Que el Pentacampeonato Europeo no impida admirar el principal éxito de este gran maestro argentino! Es el momento de comprender que con Di Stéfano no llegaron sólo los títulos (aunque sus cinco Copas de Europa consecutivas, las primeras que se disputaron, marcaron la historia del fútbol para siempre); sobre todo, con él se consagró un estilo en el que garra y clase son las dos características indispensables que desde entonces exigimos los madridistas a nuestros jugadores. ¡Ojalá no las olvidemos nunca ni tampoco al que nos las supo legar!

Por todo ello, ahora, en la triste hora del adiós, sólo es posible decirle a nuestro ídolo una cosa:



¡¡¡¡¡Gracias, viejo!!!!!



Cibeles Madridista.